lunes, 3 de octubre de 2011

Los cuentistas

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A vivir del cuento from Un peregrino on Vimeo.



La clase política convertida en casta. Es difícil entrar, pero luego no es necesario salir.

La mayoría son licenciados en derecho, pero a los veintitantos se han afiliado a un partido político y si lo consiguen, acceden a su primer cargo público en poco tiempo. Una concejalía, una secretaría, ayuntamientos, diputaciones...

Jamás han ejercido su profesión.

Desde ese momento su vida cambia. Y no por la responsabilidad que le da el representar al pueblo que lo ha elegido y para el que debería trabajar honestamente. Cambia porque acceden al piso de arriba. Al escalón de los cargos públicos. Sueldo atractivo y estable, privilegios como vehículos oficiales, etc. Y lo más importante, contactos que bien usados le llevarán a encadenar cargos y sueldos pase lo que pase. Si faltan cargos los inventamos. Hay lealtades que deben pagarse.

Desgraciadamente, por lo general no son lo más avanzado de la sociedad a nivel intelectual, moral o profesional. Es precisa cierta falta de escrúpulos para ascender en ese mundo. Es lugar para pillos.

Lo más preocupante, sin embargo, es que señores que no han conocido la vida de las personas a las que gobernarán, ni la conocerán nunca, determinen las leyes que marcarán la vida de todas esas personas. De ahí los desaguisados.

Su estatus les permite llevar a sus hijos a colegios privados, a veces en el extranjero, suscriben mutuas privadas y planes de pensiones elevados, pueden comprar inmuebles sin demasiado sufrimiento y con la solvencia y seguridad que da la estabilidad de su sueldo.

Es inaceptable que los que gestionan la educación pública no sea usuario de ella.

Es incomprensible que quien gestiona la sanidad pública no sea usuaría de la misma.

Es lamentable que quien gestiona nuestro sueldo, no deba gestionar uno similar en su vida personal.

Intolerable que quien gestiona nuestro transporte público no lo use ni en campaña electoral.

Cómo pueden tener la sensibilidad necesaria para ser justos en nuestro mundo, si ellos viven en otro. Un mundo desde el que no conocen lo que es ir a buscar trabajo con la cabeza agachada, pues es lo más parecido a vender tu alma, aceptando cualquier cosa a cambio de un mísero sueldo, para poder seguir jugando al juego que los mantiene en su puesto. No sufren las colas en los hospitales. Sus hijos no se mezclan con los obreros, con los inmigrantes...

No sufren los olores y apretones del metro en hora punta.

No saben lo que es trabajar de sol a sol y después llevar una casa como esas heroínas que me cruzo a diario. Haciendo malabares con poco presupuesto.

No saben lo que se sufre cuando no puedes pagar la hipoteca, el alquiler, la comida de tus hijos...

Y cada día salen por la tele, y nos piden esfuerzo, apretarnos el cinturon, trabajar duro por la causa... Tu educación será peor, tu sanidad será un desastre... Es que hay crisis, ¿Sabe usted?

No es buen síntoma para la democracia, que la casta dirigente no cambie nunca, que no vivan nuestras vidas, que tanto nos curten y nos hacen crecer. He visto tíos con un destornillador en la mano, que en 24 horas arreglaban el mundo. O por lo menos lo enderezaban. Pero jamás podrán acercarse a esos de los coches y los matones.

Si les discutes utilizan eso que llaman violencia de estado para mantener el orden. El suyo.
Se dan casos incluso de cargos públicos heredados...

Es necesario terminar con el secuestro de nuestro futuro por parte de personas que no lo quieren compartir con nosotros. No les demos el poder. Desobedéceles.

Extraña batalla la que convierte en revoluionario el simple acto de apagar la tele.



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