lunes, 7 de julio de 2008

Luis Espinal



Todos hablamos de paz;
pero la paz no viene.
No lo queremos confesar,
pero en lo íntimo preferimos la guerra.

El sensacionalismo de nuestros periódicos
es para la guerra y la violencia.
Nuestras plazas tienen monumentos
a los autores de grandes matanzas.

Ya en la escuela, enseñamos a los niños
a identificar la guerra y la Patria.
Nuestras glorias estan cargadas de sangre...

Señor de la vida,
enseñanos a trabajar para la paz
y no para la discordia;
la paz, por supuesto,
basada en la justicia.

Y no se nos llega a ocurrir
ofrecerte nuestras armas;
como si tú tuvieses también
bendición para la guerra.
Tú tan sólo nos hablas de paz
y de amar a los enimigos.

No hay nada que justifique la guerra.
Se han acabado ya las guerras santas
y las cruzadas fueron sólo un fraude.
Ningún ideal puede exigir
centenares de cadaveres.

El espíritu no tiene nada que ver con la balas.

¡Señor, haznos aborrecer la retórica
del armamentismo y los desfiles,
así como evitamos
la propaganda a favor de la criminalidad!

Que prefiramos el diálogo humano,
a las amenazas, a la represíon
y a las matanzas.

Haz, Señor,
que caigamos en la cuenta
de que la violencia es demasiado trágica
para utilizarla alegremente,
como por juego.

y a los profesionales de las armas
y de la guerra
hazles hallar un oficio mejor;
porque Tú, Príncipe de la Paz,
odias la muerte.


Luis Espinal, fue uno de esos muchos jesuitas españoles que cruzaron el oceano para trabajar allí donde creían que eran más necesarios: con los pobres del mundo.

En el 68, dejando atrás una España franquista que le inquietaba, llegó a Bolivia y comenzó a trabajar en sus grandes pasiones: el arte, el cine, el periodismo, Dios y la revolución.

Llegó a un continente que vivía épocas hostiles para los hombres de paz. Dictaduras, sangre, miedo, hambre, violencia eran lo habitual en casi todos los paises de Sudámerica.

Desde su posición de periodista se encargo de denunciar las injusticias y crueldades de una dictadura corrupta y de gatillo fácil. El defendía la responsabilidad de los periodistas en la defensa de la democracia y de la libertad. Sugería a los nuevos periodistas que alquilaran su pluma, pero que en el precio no se incluyera su conciencia.

Desde su posición de humanista y hombre de Dios realizó una labor que aún hoy es recordada en todo el país.

Como no podía ser de otro modo, un hombre que habla de paz y amor es enemigo de la prudencia y de las jerarquías establecidas.

Seguramente los hombres que lo secuestraron no sabían absolutamente nada del excepcional hombre que tenían entre sus manos.

Lo llevaron al matadero municipal y lo torturaron innecesariamente de una forma cruel, como si quisieran encontrar sus ideas para extraerlas.

Fue tanto el temor que infunde un hombre justo, que esos pobres hombres le pegaron diecisiete balazos después de muerto.

Lo abandonaron en una cuneta que aún hoy es lugar de procesión para aquellos a los que defendió.

Los que nos necesitaban.

Gastemos la vida como él nos enseñó, no disfracemos la cobardia y la omisión bajo las telas opacas de la prudencia.