viernes, 7 de noviembre de 2008

El coquí



Puerto Rico y este humilde peregrino están unidos para siempre. Y lo están porque me es imposible despegarme de dos peculiaridades de esa isla: su olor y el canto del coquí.

Sobre el olor poco puedo decir. Basicamente porque carezco del talento de Süskind, autor de la excelente novela "el Perfume", para describir los olores y trasladarlos de las palabras a la pituitaria del lector.
Baste decir que Puerto Rico tiene un olor único, personal.

Sobre el coquí puedo explicar alguna cosa más. Se trata de una diminuta ranita arborea que se pasa el día cantando un par de sílabas de forma repetitiva hasta el infinito.
"co-quí, co-quí" y la otra que contesta "co-quí, co-quí" y así una tras otra, forman un coro que se cuela en lo más profundo de nuestros oídos hasta que te acostumbras.

Dicen los portorriqueños que no hay nada más boricua que el coquí, pues no se encuentra en ningún otro lugar y se muere si se le aleja de la isla.

Al abandonar el país, uno se da cuenta de lo mucho que echa a faltar el canto y el olor. Pero es como un tatuaje que se pega en la piel.

Por su tamaño, color y costumbres es un poco difícil encontrarse con uno, pero tuve la bendición de enfrentar mi careto con el de un más que sorprendido coquí, que se creía seguro en la rendija de una gran piedra.

Ninguno de los dos lo olvidaremos, seguro.