martes, 12 de noviembre de 2013

¿Por qué no conoceremos nunca la paz?

Es fácil de comprender si aceptáramos la existencia de una ley kármica que afectara a los países o a su asociación, como la Unión Europea. Nuestro pasado nos anunciaria, irremediablemente, milenios de sufrimiento como el que hayamos infringido al resto.

Pero como parece que esto, al no ser demostrado científicamente, no nos acojona lo suficiente como para pensar en cambiar de hábitos, quizás nuestro presente pueda infundirnos algún temor de que el profético encabezado de este post sea real.

Podemos empezar hablando de infinidad de ejemplos, pero me quiero centrar en alguno de los más visibles, como el apoyo incondicional en guerras claramente injustas (si es que alguna lo es), políticas económicas que son productoras insaciables de las desigualdades y pobrezas que el sistema necesita, vallas inmorales en las mismas fronteras que antes fuimos a atravesar con nuestros ejércitos, cuchillas inhumanas, etc... sin fin.

Quizás la prueba más clara que puedo aportar es un pequeño ejemplo. Si afirmo estar en pie de guerra, soy comprendido de inmediato por la totalidad de mis vecinos y no necesito dar muchas explicaciones de mi estado y sus consecuencias posteriores. Pero si, por el contrario, afirmo encontrarme en pie de paz, lo primero que me encuentro es la mirada de extrañeza en los que me rodean y la necesidad de explicarme hasta el infinito. Parece una cosa poco importante, pero no lo creo. Me explico.

Si debemos invadir un país, porque su comportamiento no es el "adecuado", porque nos interesan sus recursos o cualquier otra peregrina razón, nos ponemos en pie de guerra. ¿Qué quiere decir?

Inmediatamente ponemos a disposición de los invasores, satélites, armas (que no falten, ya haremos más), tanques, aviones, animales de carga, cientos de miles de soldados, perros, ingenieros, material de campaña, médicos, enfermeras, camillas y todo un puto hospital desmontable si hace falta (creo que me empiezo a encender, sorry) porta-aviones, banderas, zapadores, una cabra, banda de música, cátering, camiones, telescopios, Marta Sanchez, toneladas de ropa...

Es lo que corresponde al estado de pie de guerra. No hay demoras, no hay discusiones ni debates esteriles. Al instante están en marcha.

Ahora bien, si en ese mismo país no tenemos el más mínimo interés comercial, pero sufre la desgracia de cruzarse en el camino de un tifón, un huracán, un terremoto o un tsunami, deberíamos ponernos inmediatamente en pie de paz. En su lugar usamos la más sibilina y perversa de las hipocresías para no hacer nada.

Sabemos de sobra que, cada cierto tiempo, una desgracia como esa asola partes del mundo que han sido sistemáticamente debilitadas por el resto de sus vecinos. Sus efectos son devastadores cuando se encuentra terreno abonado con la pobreza. Irán, Haití, Indonesia, Filipinas...

Entonces, en lugar de tener todos los recursos del mundo preparados para acudir al auxilio minimamente humano con los vecinos, ponemos números de cuenta para que las abuelitas pongan cinco euros de su pensión a causa de darle pena con la tele. Montamos telemaratones, conciertos, minutos de silencio, recogida de alimentos y mantas. No hay dinero para esto, necesitamos tu aportación para que podamos hacer algo con esos pobrecitos. ¿Aún no lo ves? Más lejos te queda la paz.

Podría escribir diez páginas más sobre el tema y volcar toda mi indignación, pero me la llevo pues creo que la necesitaré. A buen entendedor, pocas palabras bastan.