martes, 21 de mayo de 2013

Una barra de bar en un museo

Pertenezco a una generación y a un lugar que ha vivido cómodamente entre derechos fundamentales. Y ha sentido esa relativa comodidad sin haber tenido que luchar por conquistarlos. (Así debería ser para todos)

Pero ahora los ha perdido. Y cómo no ha conocido la lucha por su llegada, no sabe cómo hacer para recuperarlos.
Como todo aquel que necesita y quiere aprender, hay que volver la vista hacia los que más hayan tenido que luchar. Sólo debemos mirar a cualquier comunidad indígena, a las resistencias frente al fascismo, la revolución del pueblo en Francia, las luchas frente a las tiranías... o el esfuerzo de nuestros padres en este país de dos caras.

Hay gran diversidad de métodos para la conquista y distintas duraciones de los derechos conseguidos. Podemos saber que la violencia enfrentada a la violencia no ha tenido demasiados resultados duraderos.

Deja demasiadas marcas en el alma de los hombres para poder respirar la paz.

Otro colectivo, que históricamente ha tenido que arrancar derechos fundamentales a golpe de uñas, es la minoría afroamericana de uno de los paises que se señalan como protectores de la libertad y esos mismos derechos que les negaban a sus vecinos más oscuros de piel.

Esta sección de la barra de un bar se encuentra expuesta en un museo de los EEUU. ¿Cuál es la razón para que hayan arrancado este trozo de bar para llevarla a un museo de gran prestigio? ¿Alguna borrachera memorable? ¿Algún brindis histórico? ¿Alguna apuesta contundente?

La verdad es que no ocurrió nada de eso. Es más, ni siquiera ocurrió el acto más lógico que puede ocurrir en un lugar como ese: consumir algo. Y por eso está en un museo.

Cuatro jovenes negros se sentaron en esos taburetes con toda normalidad y pideron una consumición. Nada extraño. Lo único extraño e inexplicable es que ese era un acto que tenían prohibido. Su color de piel no es el adecuado. Pero ellos se sentaron, en silencio, tras pedir las bebidas. y no es que fueran unos muchachos que no conocieran las mutilantes normas, lo sabían y desobedecieron con toda conciencia. Era la rancia américa de 1960 y ese acto, que a cualquiera de nosotros nos parece tan normal y simple, se convirtió en la tecla que cambió las cosas.

Permanecieron en el local todo el día. Sin nada frente a ellos.


Al día siguiente, fueron muchos más. Y al otro aún más. finalmente el ejemplo estalló como un Big Bang por todos los lugares, sumando blancos avergonzados por su conciencia. Todo un ejemplo de viralidad, como nos gusta decir ahora.

Y no fue fácil, pues si os fijais en los ojos de los ignorantes que asedian a los protestantes vereis al de siempre.

Son los que señalan a la gente diferente; los que aprietan los gatillos; los que callan frente a las injusticias; los que lloran de amargura en soledad.

Ese acto funcionó. Los derechos se recuperaron.

Nunca se sabe cómo ocurre. No se puede preveer, pero a veces, un acto que parece simbólico y aislado se convierte en el encendido de la mecha. Esos muchachos valientes no tenían una expectativa tan grande en su acción, aunque seguro que una esperanza les empujó a dar un paso al frente. Hoy tenemos la barra del bar en un museo, y deberíamos tener el asiento del bus de Rosa Parks, y la pequeña rueca de Gandhi, y la baldosa que pisas ahora mismo.













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Fuentes: Kurioso

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