Tuve que marchar lejos de mi tierra
para encontrarme conmigo.
Después, me alejé lo suficiente de mis miedos
para conocer a Dios. Estaba en mi interior.
Emocionado con el descubrimiento
hablé con un sabio que se alegró de mi felicidad.
Había logrado llegar a dos de los secretos de la vida;
saber quien soy y descubrir una divinidad en mi.
Pero me cogió del brazo con cariño y ternura y me dijo:
Es una dicha encontrar a Dios en uno mismo, disfrutalo.
Pero no olvides el paso siguiente:
Ahora debes encontrar a Dios en los demás, en el otro.
Me quedé desconcertado y, a la vez, avergonzado.
Como todos los sabios, éste también tiene siempre la razón.
Caminé hasta encontrar el tercer secreto.
Aunque me era muy difícil encontrar la respuesta, al final la hallé.
Al cabo de un tiempo, me encontré con otro sabio
y le dije que ya conocía el tercer secreto de la vida
Dios está también en el otro.
El sabio sonrío como sólo lo hacen los que conocen la Verdad.
Por lo tanto, hijo, ya conoces el cuarto secreto, ¿no?
Mis ojos brillaron y sonreí como sólo lo hacen los que son inmensamente felices:
Después de encontrar a Dios en el otro,
descubrí que no hay nada a lo que pueda llamar otro.
Todos somos UNO.
1 comentario:
linda reflexión y tan cierta cuando comprendemos eso que somos todos uno. abrazos desde ti, nor
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